Misiones Mundiales en mi Mesa
“¡Mamá, Mamá! ¿Adivina qué?” Me decía emocionada mi pequeña y dulce hija de ocho años de edad después de uno de los cultos de avivamiento en nuestra iglesia. “¡Pasé adelante y me entregue para ir al campo misionero! ¡El Señor me dijo que quiere que vaya a China! Mamá, tengo que aprender chino. ¿Podemos hacer esto en nuestra escuela en casa este año?”
Con mucha tranquilidad hablé por unos momentos con mi muy emocionada hija, le aseguré que buscaríamos algo de currículo referente a China, la abrace y la despaché a darle las maravillosas noticias a su papá. Más tarde, hablamos sobre el asunto en la sobremesa después de una merienda ligera posterior a la reunión de la iglesia, comentando la reunión y lo que el Señor nos había enseñado a cada uno. Fue alrededor de la mesa que mi hija hizo una sorprendente y profunda declaración a todos nosotros. Dijo: “Mami, yo pienso que las personas tienen miedo entregarse a la obra misionera porque nunca han tenido a un misionero como invitado a cenar en su casa.”
¡No me pude alejar de esas palabras! Durante una semana, las medité en mi corazón. Mientras reflexionaba en ellas a través de la semana, tomé nota de la práctica en nuestra de comidas mesa. En cada comida – desayuno, comida y cena – sacábamos una tarjeta con los datos de misionero y orábamos por los diferentes misioneros. Tenemos más de 100 tarjetas de oración en una canasta sobre la mesa, que representan a misioneros que sirven en más de 60 países distintos. Somos siete en la familia, y a cada persona se le asigna un día de la semana como su día para orar por cada comida y por la tarjeta misionera que sacamos ese día. ¡Por cuántos misioneros han orado personalmente cada uno de mis hijos a lo largo del año!
Una noche durante la cena, mi hijo sacó una tarjeta con los datos de un misionero y oramos por esa familia. Recordé cuando esta familia vino de visita a nuestra casa. Recuerdo el tiempo maravilloso de comunión que compartimos con ellos cuando nos acompañaron a una carne asada en nuestra casa en Día del Trabajo del año pasado. Los niños también debieron haberse acordado, pues, pronto la conversación en la mesa fue acerca de la familia misionera. Cuando terminamos de cenar, se sentaron a la mesa para escribir cartas y hacer dibujos para la esa familia, para hacerles saber que estábamos orando y pensando en ellos mientras servían al Señor en una tierra lejana.
Esa noche, después de que los niños se habían acostado, me senté a la mesa enfrente de nuestra canasta con tarjetas misioneras y las comencé a leer. Una familia misionera tenía siete tarjetas en nuestra canasta. Me río cada vez que sacamos su tarjeta. Ellos vinieron de visita en su período de descanso desde una nación de África Occidental. Viendo nuestra canasta de oración, dijeron que necesitaban mucha oración así que con mucho dramatismo agregaron más tarjetas a la canasta y nosotros prometimos orar.
Había otra de una familia con nueve hijos, con edades cercanas a las de mis hijos, que se divirtieron tanto en nuestra casa cuando nos visitaron. Luego recordé a otra familia que vino con ese pequeño bebé a quien mis hijas siempre querían cargar.
Estaba la de una pareja de misioneros ya entrados en años que habían criado a sus hijos con ellos en el campo misionero y habían plantado docenas de iglesias en Sudamérica. Nos fascinaron con historias acerca de como jugaban fútbol soccer con adolescentes, y como llevaron a la mitad de ellos a Cristo en una ocasión. Otra tarjeta me recordó a una pareja joven quienes ambos habían sido criados en el campo misionero y que ahora estaban preparándose para servir al Señor en otro campo necesitado. A nuestros hijos les encantaba escuchar como tomaban un bote cada domingo para ir río arriba a la reunión de la iglesia y de cómo dormían en hamacas en su casa en la selva tropical.
Pero esos tiempos eran más que un ideal romántico o que un entretenido paseo por todo el mundo. Con cada una de la docena o más de parejas misioneras que se han sentado a la mesa con nosotros en estos últimos años, hemos aprendido acerca de los niños en esa parte del mundo. Siempre fuimos desafiados acerca de la gran necesidad y por las llamas de avivamiento que centellean en muchos lugares alrededor del mundo. Hemos llegado a conocer a los misioneros y a sus hijos y podemos orar por ellos con entendimiento. Podemos escribirles y serles de ánimo.
La hospitalidad es tanta bendición para mí y para mi familia. ¡No solamente invitamos a misioneros sino que invitamos a todo tipo de hermanos! Creo que fortalece al cuerpo de Cristo cuando nos “hospedamos los unos a los otros sin murmuraciones” (1 Pedro 4:9). Sin embargo, los misioneros alrededor de nuestra mesa tienen un lugar especial en nuestros corazones. Es una manera pequeña en la que nosotros como familia participamos en la Gran Comisión (Mateo 28:18-20).
Al terminar de repasar las tarjetas, subí las escaleras y noté que una de mis hijas tenía la luz de su recamara encendida. Tenía su atlas (los mapas geográficos son muy populares entre nuestros hijos - ¿Me preguntó porqué?) abierto y estaba mirando a ciertas partes del mundo.
“¿Qué estás haciendo, mi amor?”, le pregunté. Sorprendida me respondió: “Estaba pensando en todos mis amigos que viven en esta página. Tal vez algún día yo también vaya para allá. O, tal vez, Dios quiera que me quede aquí para hablarles a otros de Jesús y para invitar misioneros a cenar y orar por ellos también.”
¡Este es un legado del que me sentiré orgullosa de pasar a mis hijos!
KIMBERLY EDDY
Fostoria, Michigan, EUA
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Esposa de Martín por 13 años y mamá gozosa de Ruth Christene (12), Judah Martín (10), Anastasia Noelle (8), Esther Dagmar (7) y Isobel Kimberly (6). Ha escrito dos libros.
P.D. Kimberly encontró www.chinese-holybible.com con un currículo en chino para niños. Compraron “Caracteres Chinos para Principiantes” y ya han aprendido cuatro caracteres como familia.
De la revista: Above Rubies July 2005 No. 64
Usado con permiso.
Translated by Pam Richardson